viernes, 13 de marzo de 2015

"NEGOCIADOR": Cobeaga, el funambulista

El funanbulista de raza, vive obsesionado con el más difícil todavía. Con hacerlo más alto, más largo, más allá. Es su naturaleza. Puede que a veces, se tenga que contentar con transitar la cuerda floja bajo las lonas de un circo, con la red debajo. Pero lo que le da la vida es arriesgarla, como lo haría Philippe Petit, ese que cruzó el cielo neoyorkino que separaba las torres gemelas, sin trampa ni cartón, jugándose el pellejazo. Y así, salir al mundo, encaramarse a un lugar cuanto más alto mejor y andar sobre el aire, con la sola ayuda de una pértiga y el valor, ese que admira a los que desde abajo le observan, pero que para él es innato y hasta por ello, carente de la trascendencia que los demás le dan.


Cobeaga es un funambulista. De los que no se conciben con los pies en el suelo. Y su última película “Negociador”, en la que obra de guionista, productor y director, lo demuestra. Y no porque se encarame a lo alto de un episodio polémico del denominado conflicto vasco, ya lo ha hecho más veces y muy inteligentemente, por ejemplo, en “Vaya semanita” de la EITB.; sino porque el paseo por las nubes que se nos pega es muy alto, muy largo, el más difícil todavía (de momento).

Un momento del rodaje con Cobeaga, De La Rosa, Barea y Areces

Le supongo al coguionista de “Ocho apellidos vascos” con el come-come constante de probarse. Ideando, mientras escribe encargos alimenticios, lugares ignotos que explorar, insisto, más que por temática, por modos de contar. Le presumo, como J. K. Simmons en “Whiplash”, fantaseando con un tempo perfecto, distinto, diferente, más allá. Con un tono inhabitual pero sorpresivamente ideal para hacer la más peculiar comedia.

Y es que “Negociador” y sus proverbiales (y muy idóneos) 79 minutos, desarma, descoloca, provoca, destensa, cotidianiza, engancha, saca la risa floja, nerviosa, el gesto cómplice, triste, esperanzador. Destila libertad creativa, de rodaje, de pensamiento. Y una sencillez que no es nada simple; una naturalidad que pese a ser fabulada resulta auténtica. 

Una negociación muy peculiar

Cobeaga esta vez ha caminado de lado a lado de una cuerda flojísima, con el descaro y la maestría de quien, a partir de aquí, puede contar lo que quiera y como quiera.

PD.- Ah, por cierto, Caros Areces es Dios. Y, si se lo propusiera, podría hacer de la Madre Teresa de Calcuta y ganaría el Goya y el Cielo, sin ni siquiera tener que morirse.


NOTA: 9/10

sábado, 7 de marzo de 2015

"SELMA": Panfletaria, efectista, anticinematográfica...


Probablemente, “Selma” sea la cinta más panfletaria, efectista y anticinematográfica que he visto en años. Y me quedo tan ancho al decirlo, por muy políticamente incorrecto que pueda parecer este comentario, dado que el filme se ha erigido en la bandera con el que el black power hollywoodiense pretende sacudir este años las conciencias y reivindicar un pasado y presente de discriminación. 


Y es que, me vais a permitir que pase con olimpismo de connotaciones fuera de la pantalla que, francamente, como diría Rhett Butler, me importan un bledo. Porque, al fin y al cabo, lo que debe juzgar una película, no es otra cosa que su valía per se. Y, desde ese punto de vista, “Selma” es todo aquello que jamás quiero ver en un cine. 


Cuando tienes un argumento real tan potente, sensible y, diablos, mítico como el que cuenta la cinta de Ava DuVernay, la historia se cuenta por si misma. La película que de ello hagas no necesitas enfatizar cada imagen con una fotografía publicitaria, caer en la cámara lenta, subir la música sensiblera hasta el abuso, ni pretender en cada plano crear un icono. No estás haciendo Historia, nena, estás contando Historia. Y lo haces, además, sobre un tema como el racismo en la América profunda sobre el que se habrán podido llevar a cabo mil y una aproximaciones. Y sobre un personaje, Martin Luther King, sobre el que se ha dicho ya todo lo que cualquiera se sabe de carrerilla.

Ava DuVernay dirige a David Oyelowo

Con todo ello, lo que consigue “Selma” es retraer al espectador al que cansa tanta pose, tanta impostura antinatural, poco empatizable, en un tiempo que vivimos que, en lo audiovisual, es, pese a quien pese, hiperrealista.

Una lástima que, con el pretexto de llegar al gran público, de tratar de hacer carrera de premios, la opción que se tome pase por tratar infantilmente al espectador, con una burda manipulación demagógica, tópica y simplista a mas no poder. Pitt, Ophra y compañía se han gustado demasiado, olvidando muy pronto que se puede hacer cine militante a la par que de enorme calidad, como demostraron el año pasado auspiciando un peliculón, de poso muy similar, como fue la seca, brutal y maestra “Doce años de esclavitud”.


NOTA: 2/10