domingo, 22 de enero de 2012

"EL TOPO": No todos los espías son James Bond

"El Topo" es como esos wiskis añejos, que hay que tomarlos sin prisas, dándoles el tiempo que requieren, saboreando cada trago, paladeándolos despacio, con los sentidos siempre expectantes, para apreciar todos sus matices. Y si es posible, incluso servirnos una nueva copa, dar un segundo y enriquecedor visionado, cuando la sorpresa ha dejado de serlo, cuando el enigma ha sido desvelado, para recrearnos en todo aquello que nos pasó desapercibido, pero que siempre estuvo intencionadamente ahí. 

Y es que, se me antoja titánica la complejidad de convertir la novela de John LeCarré en un filme tamizado por el nada simplista ojo del realizador sueco Tomas Alfredson. Porque este tipo no se contenta con sólo narrar historias. Sino que para ello, como ya hiciera con su modélica "Déjame entrar", se preocupa inusitadamente de sumergir su película en una ambientación única, habitada por personajes a los que dota de psicologías hondamente escudriñadas. 
Si Alfredson hubiese tenido por delante siete capítulos, de alrededor de una hora, para afrontar su empresa, como tuvo John Irvin con la mini serie que la BBC hizo sobre la misma novela, a finales de los 70, el asunto hubiera sido menos arduo. Sin embargo, el reto era comprimir, en poco más de dos horas, todo el micro universo neurótico de amorales traiciones ambientado en la guerra fría, sin que perdiese un ápice del descriptivo, en todos los sentidos, espíritu de la novela. Es por ello que "El topo", como antes decía, impone al espectador un estado de alerta constante, similar al de los espías que describe, para estar al tanto de todo lo que se cuece, de cuantos pequeños detalles van componiendo un relato que se enriquecerá sobremanera, como también precisaba al comienzo, tras un segundo visionado. 
Lejos del glamour bondiano de las novelas de Ian Fleming, y sus aún más hiperbólicas adaptaciones a la gran pantalla, y ya que de televisión también hablamos, "El topo" se emparenta más con "Rubicón". Una serie de la AMC americana aclamada por la crítica y despreciada injustamente por el público, que describía la cara más auténtica y por ello ineludiblemente pedestre del espionaje moderno. Una serie cuya aparente morosidad narrativa resultaba imprescindible para diseccionarnos el auténtico día a día de las reales oficinas de inteligencia, lugares lejos de todo espectáculo hollywoodiense, y más que grises en muchos sentidos. 
Pero si Alfredson cuida los particularísimos ambientes de sus filmes, y el modo de narra sus historias, no es menos detallista con los personajes que por ellos y ellas pululan. En este sentido, la fauna de tipos humanos, de perfiles de jornaleros del espionaje que se presenta en el filme es cautivadora. Y el reparto elegido para poner carne y hueso a los mismos es más que inspirado. Brillantes como siempre están Mark Strong, el veterano John Hurt, Colin Firth, y el televisivo "Sherlock" Benedict Cumberbatch. Y claro, hay que hablar de un Gary Oldman felizmente recuperado para roles protagónicos serios, respecto del cual diré que la gran virtud de Alfredson y del actor británico está en haber creado un personaje con matices diferenciables respecto del George Smiley que encarnase Alec Guines en la serie de la BBC, pero sin abandonar la composición que del mismo hace el texto de LeCarré, del que apunto que, como curiosidad, se reserva un cameo en la célebre fiesta de Navidad del filme, lo que delata su inherente complacencia con el producto final. 
En resumidas cuentas, es obvio que Tomas Alfredson, en este nuevo trabajo como director, confirma expectativas y se consagra como uno de los mejores narradores de historias densas y complejas, encarnadas por personajes brillantemente, a su vez compuestos por actores dirigidos a la perfecta altura de las circunstancias. 

By Harry Callahan 

NOTA: 8/10 

TÍTULO ORIGINAL: “Tinker, Tailor, Soldier, Spy”