viernes, 17 de noviembre de 2017

"EL AUTOR": Yo he venido aquí a escribir mi libro

Umbral dijo una vez: “yo he venido aquí a hablar de mi libro” y el protagonista de “El autor” re-sentenciaría ahora: “yo he venido aquí a escribir mi libro”. Y también este Álvaro, como aquel Paco, se muestra intransigente y obsesivo con su idea. Aquí, empeñado hasta la perturbación compulsa. Esa que lleva en volandas la voluntad y acomete comportamientos que justifican el fin sin importar los medios.


De eso va lo último de Martín Cuenca. De la creación y sus fuentes. Del compromiso ciego y de la amoral historia de amor entre el escritor y su obra.

La percha perfecta es el relato de Javier Cercas. Y el interprete, pluscuamperfecto, es Javier Gutierrez. Un tipo que es capaz de poner sus santos cojones sobre la mesa, literalmente, para demostrarnos que él es ese autor y que la película es su obra. La de un actor que está estratosférico. Siempre arriesgado, siempre creíble. Apoyado por secundarios que son una bicoca, como Antonio de la Torre y, especialísimamente, Adelfa Calvo. Una diosa prosaica que incluso canta, y cómo, de casta le viene a esta galga, por la Pantoja. Ojito a sus futuribles premios. 

Y todos enredados por una trama meta-literaria que haría perfecto programa doble con la que Francois Ozon nos proponía en su filme “En la casa”.

El resto es la habilidad de Martín Cuenca para engancharnos a un juego que pasa por las casillas de varios géneros, y en el que entramos a saco, sin reparar en su quizás rudimentaria puesta en escena. Pues todo pasa en un plis plas, por el puro morbo, por la avidez de saber hasta donde llegará la clave de todo relato, como se dice al comienzo de la peli: el sublimado drama.


NOTA: 8/10

TÍTULO ORIGINAL: El Autor

domingo, 29 de octubre de 2017

"LA LLAMADA": Campamento libertad


Si creyésemos en un Dios que canta canciones de Whitney Houston, el mundo sería mejor. Si nos diésemos una segunda oportunidad, seríamos más dueños de nuestras vidas. Si aceptásemos a la gente como quiere ser, descubriríamos que existe una palabra llamada tolerancia y que, además, tiene significado. 
De esto va "La Llamada". Porque, aparte de otras virtudes cinematográficas, de las que luego hablaremos, esta peli evangeliza a sus espectadores con un buen puñado de cosas que, de obvias, parecemos haber olvidado. Y que bien se pueden resumir en que solo tú eres dueño de una vida única, irrepetible y que puede ser maravillosa, que diría Andrés Montes. No dejes que un estúpido prejuicio, el destino o una mala decisión te la joda.
No obstante, las mejores intenciones, en esto del cine, no bastan, si no se cuajan en un vehículo que llegue al que lo ve. En este caso, sacándole risas, emoción y hasta alguna lagrimita. Eso es cine y esa es su magia. Y cuando aparece, los que amamos este arte, entramos en casi trance Teresiano, y respondemos a la llamada con las piernas abiertas. 



Probablemente, la clave de todo este milagro hayamos de buscarlo en un fraguado lleno de intenciones, honestidad, y ganas de sacar lo que hay dentro de sus creadores, Javier Calvo y Javier Ambrosi. Algo que empezó a la chita callando, pequeñito, y se fue haciendo grande y triunfal en el teatro.

Y que, step by step, tenía que terminar, por cantado, en una sala de cine. En la que los arrebatados ojos de Macarena García, el descaro interpretativo de Anna Castillo, el candor ingenuo de Belén Cuesta y el arte veterano de Gracia Olayo trascienden los límites de las tablas para desbordarse ante la mirada exultante del espectador, haciéndole pasar unos días de campamento únicos.
Los Javis demuestran así que ese auto-probarse que fue Paquita Salas, no era una casualidad y que estos tipos están aquí para hacernos reír y emocionarnos como les sale del alma, con una chispa que se echaba de menos en el cine de este país. 
Ojalá que lo sigan haciendo y nosotros, seguro que lo veremos.

by @magnumcallahan


NOTA: 9/10

TÍTULO ORIGINAL: La Llamada

lunes, 28 de agosto de 2017

"VERÓNICA": La heroína del silencio

 ¿“Verónica” es una película basada en hechos reales? Sí, lo es. Y su epílogo, con fotos del archivo policial no dejan el cuerpo para fiestas.

¿Es un filme de terror? También. Transita por todos sus tópicos clásicos, tributando incluso homenajes al género y a algunas de sus cintas más elementales. Hay giallo, y Chicho Ibáñez Serrador, y hasta, por ejemplo, la sombra de “Nosferatu”

Ya pero… ¿es una cinta de las de miedo? Claro. Hay sustos. Y un ritmo narrativo que mantiene el suspense en todo lo alto y pega con superglue al espectador a la butaca.

Pero la última realización de Paco Plaza es… más. Es una cinta costumbrista cañi que retrata un lugar y una época. Un barrio tan propio como Vallecas y una década, los 90. Los quinquis, las FDS, el ladrillo rojo, el anuncio de Centella, las fiestas con Loquillo, ese cazo de calentar leche… Todo añade el valioso plus de conferir a la cinta proximidad, verismo, credibilidad y, por ello, mayor estremecimiento por la identificación del que la ve como algo cotidiano, vivido, next door. 


Pero, es aún más. Un estupendo estudio de personajes, particularmente de uno: el de la Verónica del título. Su existencia está caligrafiada con verdadera intención. La adolescencia, con sus miedos, inquietudes, crisis, ansias, incomprensiones, cambios. Agravado todo aquí por el peso de la responsabilidad impuesta, ineludible, monótona, interminable, agotadora. Una heroína del silencio que se refugia en la música (un narrador más) oportunísima y clarividente del grupo de Enrique Bunbury.

Y todo en una película de mujeres, luchadoras, invencibles, tocadas pero no rotas. Aquí los hombres son, o el delicioso Antoñito, o un paisaje humano figurante, o un mero fantasma. Me gusta esto. 

Y un casting inspirado. Comenzando por la prota que se hecha la historia a su espalda. Sin ella no habría peli. Con ella hasta lo incomprensible se comprende. Y unos críos de una naturalidad sobrecogedora. Y unos cameos y pequeñas participaciones Gloria Bendita, como esa castiza Hermana Muerte y su acentazo.

Y, claro, Plaza que lo orquesta todo con puntería y signatura de autor. Y pone la cámara muy a sabiendas. 

Filme de género, sí, pero mucho más que eso. Muchísimo. 


NOTA: 8/10

TÍTULO ORIGINAL: Verónica

domingo, 6 de agosto de 2017

OPINIÓN EXPRESS +++sin spoilers+++ a la salida de "ATÓMICA ATOMIC BLONDE"

"ATÓMICA": Blondie Atomic Luftballon

Una peli que arranca, musicalmente, con “Cat People” y termina con “Under Preasure”, ya me tiene en el bote. Eso y que la dirija David Leicht, el tío que rodó las mejores escenas de “John Wick”. Un fulano que sabe de que va la acción porque lleva veinte años dándose hostias como especialista, y rodándolas como director de segunda unidad.

Bueno, eso y que la protagoniza una Emperatrix Furiosa ochentera, repartiendo estopa de verdad, de la que te duele como espectador. El puto Cielo, de neón rosa, en este caso.

Eso es “Atómica”. Un actioner que no falla en lo que promete. Y que es también una de espías, al más puro estilo argumental clásico, reciclado con la estética pop del cómic en el que se basa. Y que tiene momentos que ponen palote a cualquier devoto, como es el caso de un falso plano secuencia en su tercio final, que es, sencillamente, de ponerse babero.

Aquí, además, hay pasta aprovechada y un gusto estético notable. Potenciado por un trasfondo goloso para ello como es el Berlín de la caída del muro. Con su efervescencia cultural, política y musical, única.

Y si en “John Wick” nada hubiera funcionado sin un Keanu Reeves hierático, expeditivo, marcial, nacido para ese personaje. En ésta “Atómica”, la Theron está explosiva, contundente y ejecutora. Además, de sexy e icónica. Una Blondie de gestualidad chula, de personaje de acción proverbial. Y, sobre todo, de un verismo como heroína de acción incuestionable.

Es cierto que lo que cuenta es obvio, mil veces visto y hasta algo tramposo, y que el metraje es excesivo para ello, pero que más da, todo es un MacGuffin. Y a mí como a Nena, siempre me ha molado ver como los globos se elevan, por mucho que dentro solo lleven aire.


NOTA: 7/10

TÍTULO ORIGINAL: "Atomic Blonde"

domingo, 30 de julio de 2017

"DUNKERQUE": Un orgasmo cinematográfico

Cuando Los Beatles grabaron “A Day in the Life”, alguien preguntó que significaba la parte final de la canción, en la que instrumentos y sonidos se mezclaban en un crecendo en espiral, cada vez más acelerado, que concluía con un golpe de piano en Mi Mayor, cuyo eco se dejaba desvanecer hasta su completa desaparición. ¡Es un jodido orgasmo musical! respondió John Lennon que parió el tema con McCartney cinco minutos antes de separarse.


Desconozco si Nolan, como buen inglés, tendría en su consciente (o subconsciente) esta última obra maestra de los cuatro de Liverpool. Pero la estructura de “Dunkerque” me parece, émula del final de aquella canción, un jodido orgasmo cinematográfico. Y me explico. 

Argumentalmente, el filme se estructura en tres historias, en montaje paralelo, que van sucediéndose con ritmo in crecendo, hasta llegar a un climax, paroxístico, donde la tensión revienta. Lo subsiguiente es resolución, vuelta desvaneciente al estado de reposo previo que dirían los sexólogos… No quiero decir con esto que Nolan se tire con la peli al público. O casi sí… 

Vale, venga, no sigo por ahí. Retomo un poco del gafapastismo y la corrección analítica que se le presupone al crítico, para decir que lo que hace este fulano en “Dunkerque” no es normal, amigos. No es que reinvente el género bélico, claro. Pero sí que ofrece un punto de vista único, autoral, que nos hace explotar la cabeza, otra vez. ¿Y van cuantas, Christopher…?


Los hay que siempre critican al autor de “Interstellar” su pretenciosidad, partir de querer hacer siempre una obra maestra. Un poco lo que le pasaba a Kubrick. Esta actitud me ha parecido siempre un reproche de mediocres. Cuando alguien hace algo, y más en cine, debe aspirar a lo máximo. Eso como espectador, nunca lo entenderé objetable. Es mas, debiera ser exigible. Otra cosa son los resultados, como ocurrió precisamente en la cinta citada protagonizada por McGounagey… 

Nolan tenía aquí claro que quería hacer la película de guerra definitiva. Como antes quiso hacer la de ciencia ficción definitiva, y antes aún, la de superhéroes definitiva, y así…

Para eso, no solo se fue al Dunkerque real, a la playa histórica. Sino que se gastó los 150 millones de presupuesto en emplear barcos y aviones de la época. Que navegan, combaten, se hunden, se estrellan y aterrizan de verdad. Sin CGI. Y rodó en 70 mm con una belleza dramática arrebatadora. Y en celuloide, del que hay que mandar luego los rollos a positivar… Con cámaras IMAX. Esas que pesan y abultan como un demonio y que no sabes como diablos hace el autor de “El Caballero Oscuro” para que los operadores las lleven en peso corriendo por ahí o las metan, por ejemplo, dentro de la cabina de un caza mientras se hunde en el puñetero mar… de verdad.


Para que todo pase así, de verdad, y se ruede con el mayor detalle, más incluso que el digital 4K. Para que la experiencia inmersiva que le vendió a la Warner, con el fin de que aflojaran la pasta, fuera… verdad.

Y todo con la que presumo, deliberada intención, de dar un paso adelante en su carrera. Para que le tomen aún más en serio. O mejor, como un “director serio”, además de taquillero. Como le ocurriera en su día a Spielberg cuando rodó “La lista de Schindler”. Abandonar así la ciencia ficción, los cómics, los pseudo Bonds y zambullirse de lleno en un dramático episodio de la Historia.

No obstante, habría que comenzar por aclarar que el realizador de “Imsomnia” vuelve a valerse de la herramienta que mejor conoce y excelente resultado le da: el suspense. Y concibe “Dunkerque” como tres historias de suspense que se imbrican con el objeto de mantener al público al filo de la butaca. El telón de fondo es la guerra, pero la esencia es la lucha por sobrevivir, en una carrera contra el tiempo, perseguidos por quien quiere matarte, de modo implacable.


El truco final, el prestigio, siempre presente en Nolan, está aquí en que las tres historias se cuentan en paralelo, con distintos arcos cronológicos (una semana, un día, una hora). En progresiva exacerbación narrativa, agónica, atropellada en el mejor sentido, en espiral narrativa que se acelera sin pausa hasta el frenesí. Esto también se le da fetén al autor de la ejemplificativa “Memento”

Y todo cuadra gracias a una labor colosal de montaje, al son marcial de una banda sonora infumable en el disco, pero insustituible en el filme, como directora de la acción, de una precisión crucial en ese maridaje con la imagen (tomada desde lugares únicos) y su manera de montarse. De una puntualidad paradigmática, desde su propio punto de partida, que no es otro que el metafórico tic-tac inexorable grabado (curiosidad) del propio reloj del director. 

Y ahora es cuando los haters dicen: ya pero es que en los planos de Dunkerque se ven las terrazas actuales y las antenas de televisión, y podían haberse eliminado con efectos digitales…; sí, pero no hay casi sangre y debió haber mucha; pero es que se ha perdido la oportunidad de contar todo el intringulis político-militar que rodeo al episodio de Dunkerque; y todo así, en cascadita, que diría Forges. 


Me importa todo eso un bledo. A mí y a Nolan, que prefiere la fisicidad que transmite lo auténtico, sin mancilla de lo digital. No está rodando “Salvar al soldado Ryan” ni “Hasta el último hombre”, sino algo diferente. Que tampoco es un fresco histórico ni un ensayo geopolítico. Este tío está haciendo su película. No la que tú querrías ver. Si no la que él quiere que veas. La que te va a hacer que se te caigan los palos del sombrajo. 

A la pregunta final, recurrente, la de los jartibles, de si “Dunkerque” es una obra maestra. Como si eso importara… En mi opinión, sí lo sería. Porque enseña como hacer una película. Pero sobre todo es, retomando el arranque de esta crítica, un orgasmo cinematográfico. Como “A Day in the Life”, la canción de Los Beatles, lo era musicalmente. Una de esa peliculazas que, a la salida del cine, te tienes que acabar fumando el cigarrito de después.


NOTA: 10/10

TÍTULO ORIGINAL: "Dunkirk"

jueves, 6 de julio de 2017

"WONDER WOMAN": Una de DC sin aspirinas


Ya era hora que DC hiciese algo que no fuera un coñazo, un soporífero dolor de cabeza. Por que, a ver, aceptando a Nolan como único profeta tragable de engoladas y trascendentaloides pelis de superhéroes, ya está bien de psicoanalizar a gente que lleva los calzoncillos por fuera. Que al fin y al cabo, esto de los cómics se había puesto demasiado sesudo, por los clavos de Cristo. 

Por eso, cuando llega una peli como “Wonder Woman”, uno hasta agradece su liviandad, falta de pretensiones y simpleza en el modo de contar la historia y poner en imágenes el asunto.

En este sentido, aunque el matrimonio Snyder ha metido baza en la producción, por suerte, a alguien le dio por pensar, suicidamente, que la directora de “Monster”, aquella cinta chunga en la que la Theron estaba fea y mataba gente; esa por la que le dieron el Oscar; podría llegar a realizar con eficacia un Blockbuster. 

Y sí, mira por donde, aquella apuesta probablemente por cubrir cuota, por hacer una cinta protagonizada por superheroína, dirigida por mujer, ha funcionado. Y el empoderamiento femenino sigue su camino inexorable a demostrar que no es cuestión de como se mea, sino de si se tiene o no talento.

Así, añado a todo esta meta-reflexión sobre el sexismo, que da gustazo ver a Connie Nielsen o a Robin Wright de amazonas, repartiendo estopa, con sus añazos gozosamente cumplidos. Y a una tipa como Gal Gadot que, aunque nunca arrebatará un Oscar a Meryl Streep, se mueve, tiene pose y da el tipo de una tía de armas tomar.


De hecho casi todo el cast está inspirado. Comenzando por Chris Pine, al que no he podido evitar sorprenderme viéndole como un digno candidato para Indiana Jones, antes que el graciosillo de qué Chris Pratt. Su química con la Gadot funciona lo requerido. Elena Anaya hace su particular secuela estética de “La piel que habito”. Los secundarios, están simpaticotes. Y el casi, viene por David Thewlis, abultado error de casting visto quien resulta ser al final. Solo es entendible si ha emulado a su personaje en la tercera de “Fargo” con los productores y ha hecho con ellos un Ewan “Stussy” McGregor.

Bueno, que me disperso. En resumidas cuentas. Una peli a la que se podrá a tachar de simplona, pero que es tremendamente eficaz en lo quiere ser. Un entretenimiento veraniego digno. Que tiene acción, e incluso emoción. Y en el que uno disculpa hasta el cutre CGI de ciertos pasajes, embebido de esa ingenuidad naif que la propia protagonista parece contagiar al film. Esperemos que no sea raya en el agua y una esperanza de que se puede ir a ver una de superhéroes de DC sin pasar luego por la farmacia a pillar aspirinas.


NOTA: 7/10

domingo, 18 de junio de 2017

TEATRO: "COMPADRES PARA SIEMPRE". Jamón de 6 jotas.


El riesgo y lo genuino de: un par de actores, un texto y el escenario desnudo. 

Dos personajes canallas, cotidianos, jodidamente entrañables. Un libreto cómico costumbrista de ritmo endiablado. El calor y color de insertos musicales canela fina como el del betiquísimo Silvio. O cameos sonoros de personajes clásicos de la fauna de “El Mundo es Nuestro” (amén de la propia aparición, en carnes tres mil vivienderas, del mismísimo Culebra).
Walter Matthau y Jack Lemon, Rinconete y Cortadillo, Quijote y Sancho. La comedia del desarrollismo de López Vázquez y compañía; la gramática narrativa satírica de Azcona, Berlanga, Fernan Gómez, Billy Wilder. Y el público embebido que llena con espontánea imaginación los escenarios ausentes de este iter a lo “Jo, qué noche”.
Alfonso Sánchez y Alberto López, superlativos, nacidos para esto. Dos compadres, dentro y fuera de escena. Que se conocen como si se hubieran parido. Una obra montaña rusa de gags, golpes y situaciones que ametrallan de ingenio la platea. Y un escenario solo lleno de gracia. Para que más. 
Eso es "Compadres para siempre”. Cigala de tronco, gin-tonic en copa de balón, jamoncito de cinco jotas, puro lujo para reír sin contenerse, que buena falta nos hace. 
Qué a gusto se está cuando se está a gusto. Y si no, que se lo pregunten al Villamarta.

lunes, 6 de marzo de 2017

"LOGAN": A la tercera, llegó el peliculón

Sí, joder (perdón). Pero es que, por fin. El Lobezno de Hugh Jackman tiene la película que merece (y merecíamos sus fans). A la tercera, venció la razón. Esa que dice que no se puede contentar a Dios y al diablo. Que hay superhéroes que merecen un tratamiento adulto. Que ya está bien de infantilizarlo todo, por vender muñequitos y happymeals. Y que no todo es CGI y batallas finales eternas, en donde se arrasa todo (incluida la capacidad de aguante del espectador) a base de espectacularidad hipertrofiada. 


Estos son los problemas del cine comiquero de hoy. Y eran algunos de los problemas de “Lobezno Inmortal”. Un desperdicio, por otro lado, de adaptación de su novela gráfica fuente. Del primer spinoff ni hablamos ¿verdad?. De hecho no recuerdo ni su argumento. Vaya, ni su título…

Con la decisión de Jackman de colgar las garras, la suerte estaba echada. Ahora o nunca. O filme cojonudo, o irse por la puerta chica. Y no se si por dignidad, porque poco se perdía, o por cabezonería del actor, ha sido puerta grande. Muy grande. Vaya peliculón, amigos.

El mismo criticado James Mangold del paseo japonés del mutante de la imperio, ha sabido aprender de errores, y se ha fajado en este encargo. Coautor del libreto y realizador, ha facturado con sequedad y expedición setentera un filme benditamente calificado “R” en EEUU. Y esto es una de las claves. 


La narrativa es precisa, contundente, con ritmo pese al metraje. Poseedora de una acción física, que daña y duele. Sangrienta. ¿Pero qué esperamos de un tipo que lleva garras como sables? Un personaje violento. Salvaje. Una bestia. Que lo fue, que trata de dejar de serlo, pero que tendrá que seguir siéndolo hasta el fin.

El Mad Max de Miller, es referente obvio, en esa estética desértica cercana al Apocalipsis distópico. Y también por rodar las cosas de verdad. El otro sería el western. Mangold ya demostró su buena mano para el genero en el remake de “El tren de las 3:10”. Y aquí exhibe un dominio notable de todos sus elementos definidores. De hecho, la película es una del oeste de las de toda la vida. Y muy Peckinpah en la conceptualización de los personajes. También muy Eastwood. Crepuscular y homenajeadora de clasicazos como “Raíces profundas”. No ya solo porque se vean secuencias de ella en el metraje, sino porque Logan en sí siempre ha sido muy Shane.

La caligrafía de los personajes es otro de los fuertes. Descritos con el detalle y el cariño imprescindibles. Maravillosos en sus interacciones (qué secuencias las de Logan con Xavier). Siempre coherentes y consecuentes. Bien desarrollados, perfectamente actuados. 


Y todo empastando a la perfección con el resto de partes del universo XMen, tanto cinematográfico como del comic. Hay mucha metareferencia. Y, aun siendo rara avis, por sus propuestos formales y de fondo, por su tono, no interrumpe la continuidad ni argumental, ni de los protagonistas y secundarios (buenos y malos).

Al final, ha resultado que la última bala de adamantio que se guardaba el viejo Logan fue certera. Y el carismático personaje, al que Jackman le debe todo en su carrera, se nos va con honor, mientras suena “The man comes around” del no menos mítico (y atribulado) Johnny Cash. Sí, joder (sin perdón). Este puro va por ti, James Howlett.


NOTA: 9/10

TÍTULO ORIGINAL: Logan

sábado, 25 de febrero de 2017

"FENCES·: Oportunidades perdidas


Si fuese politicamente incorrecto, diría que este año los oscar serían #soblack. “Figuras ocultas”, “Moonlight”, “Loving”… A los que sumar otros títulos excluidos en medio de la carrera de premios, por razones no cinematográficas, como “El nacimiento de una nación”. Y a ellas, hay que añadir, “Fences”, la tercera realización del actor Denzel Washington. Un tipo comprometido con su raza. Que durante muchos años se autoexcluyó de interpretar a malos en el cine, para limpiar la imagen que de los afroamericanos se daba en las películas. Lo que, a la postre, lo acabó convirtiendo en el Tom Hanks de color. El gran héroe cotidiano negro.

Coherente con esta filosofía, Denzel se embarcó, recientemente, en la reposición teatral de la obra militante del Pulitzer August Wilson, “Fences”. En ella sea hablaba del racismo y de como éste condicionó las vidas de muchos hombres y mujeres, truncándolas, convirtiéndolas en fracasadas, aplastando la individualidad, cercenando sueños. Y como todo ello ha pasado de generación en generación, como un daño imposible de resanar y olvidar.

En la cinta que ahora se estrena, Washington retoma ese mismo texto, espíritu y reivindicación amarga. Y con, prácticamente, el mismo casting protagónico que pisó las tablas neoyorquinas, levanta esta producción que también, como antes apuntaba, dirige.


En el platillo de lo indiscutiblemente bueno del filme, están los excelentes diálogos que el propio August Wilson dejó adaptados para el cine antes de morir. Y, claro, excelsamente dichos por sus protagonistas, ambos nominados con justicia al oscar, el propio Denzel y esa Meryl Streept negra que es Viola Davis. Pero quizás solo eso llena el haber de la cinta. El debe, es otro cantar. 

Y es que, el que hace poco ha sido el más magnífico de los siete ídem, reconozcámoslo, es un actorazo copapinero, pero como realizador, es tremendamente mediocre. Ninguno de sus trabajos anteriores en este oficio ha sido remarcable. ¿Alguien recuerda a “Antwone Fisher” o “The Great Debatiers”? Ésta última ni siquiera estrenada en cines aquí. 

En este sentido, “Fences” no es una excepción, resultando un trabajo carente de inventiva, rutinario y profundamente tedioso y aburrido. Una tv movie con ínfulas. Teatro filmado que se limita a reproducir unos diálogos contundentes, con carga de profundidad, encarnados en unos actores dotadísimos, pero ahí queda la cosa. Una oportunidad perdida, como la carrera de Troy Maxson.



NOTA: 6/10

TÍTULO ORIGINAL: Fences

domingo, 19 de febrero de 2017

¨JACKIE¨: EL CANTO DEL CISNE

Probablemente, el score compuesto por Mica Levi para “Jackie" defina mucho mejor este filme de lo que pueda tratar de hacerlo cualquier comentario crítico, incluido éste, claro. Su atonalidad, el desafinado expresionista, la oscilación pendular de sus melodías, la soledad descompasada de su instrumentación. Esas progresiones entre lo bufo y la ensoñación. Los ecos lejanos, perdidos, las afinaciones indisimuladas, y los compases pesadillescos, reiterados, enfáticos.
Todo ello conforma un todo sensitivo. Propicia una traslación de estados de ánimo. Una angustia vital insondable y precipitada, inesperada e inesperable. Una amalgama que enreda el ánimo y de la que es imposible zafarse. Y que solo proporciona contadísimos instantes de respiro evasivo, cuando el el personaje al que glosa se pierde en sus recuerdos, sueños o evasiones. 
Y es que este soundtrack de inspiración, en cierto modo, a lo Morricone, es uno de los mejores del año, (una lástima coincidir con el más vistoso y eclipsante de "La La Land"), por cuanto empaca perfectamente con la narración, subrayándola y aportando a la misma todo lo que de la música de cine se espera. En este caso, definir un individuo, una situación, unas circunstancias, un entorno, una vivencia y hacer que todo ello embulla al que visiona el film, sobrecogiéndole. 


Jackie es abducida, de sopetón, de su inmaculada existencia, terrenal, decorativa, autosugestionada, creía de sí misma como útil en su futilidad. Cuando el magnicidio la desnorta, la despierta del cuento de hadas y la arroja a las fauces del miedo, el desconcierto, la aflicción. Dejándola a la deriva, como un juguete roto, una pieza secundaria, amortizable y amortizada. Un apéndice que estirpar.
La película es la descripción de eso y de como en medio de ese inevitable tránsito al segundo plano, surge en la estrella de raza, en el personaje irredento, el canto del cisne, que se abre paso por todo, pero, sobre todo, por sí misma. Como retribución a lo arrebatado, a lo que ya no será o nunca fue, a lo que se pagó por ser y se aceptó por conseguir estar. Ese último giro que pasma al respetable y hace llenar renglones de historia, no de la de los libros, sino de la que marca y recuerda la gente. La que consagra el mito, más allá de modas. 
Y todo esto lo filma el chileno incomodo de “El Club”, el de biografías tan inusuales como “Neruda”. Un tipo que ha hecho una película para los oscars, sí, pero sin traicionarse. Impregnando de autoría, intención y coherencia el proyecto. Sin sucumbir a la despersonalización que se impone a muchos que dan el salto a Hollywoodlandia.
Evidentemente, no se puede concluir el comentario sobre “Jackie” sin hablar de quien le ha dado carne y alma, en la pantalla. Qué acojonantemente brutal está Natalie Portman. Disculpad la basteza, después de tanta finura. Pero es lo que me sale. Si hay Justicia, debiera subir al escenario del Dolby Theatre el 26 de este mes a recoger su segundo oscar, tras “Cisne Negro”, otro tour de force tan obnubilante como éste, dirigido por Darren Aronofsky que, curiosamente o quizás no tanto, aquí oficia de productor. Una Portman que hace olvidar al espectador quién es, y quién es, incluso su personaje, para, en la más elemental esencia y meollo de su interpretación, mostrarnos a una princesa cualquiera a la que le han arrebatado su Camelot.


NOTA: 8/10

TÍTULO ORIGINAL: "Jackie"

OPINIÓN EXPRESS a la salida de "MÚLTIPLE"

OPINIÓN EXPRESS a la salida de "JACKIE"

viernes, 27 de enero de 2017

"LA CIUDAD DE LAS ESTRELLAS (LA, LA, LAND)": ¿Estás en la inopia?

Dejemos las cosas claras, desde el comienzo. "La, La, Land" no es un gran musical, pero es una magnífica película. Y el secreto para disfrutarla es, precisamente, ese. Tener muy claro lo que Damien Chazell ha querido hacer y lo que no. 

El director de "Whiplash" siempre ha confesado, abiertamente, su fascinación por los musicales y por el jazz. Y como autor que es (y le dejan ser), su cine lo demuestra en las tres realizaciones que ha filmado. Así, en "La ciudad de las estrellas" no ha pretendido plagiar las pelis de Donen, Demy, Minelli, Fred Astaire y Ginger Rogers, Gene Kelly, y todo ese largo etcétera que los listillos enciclopedistas citan como obvias influencias. Tampoco ha querido tomar esas referencias y hacerlas pasar como propias. Es demasiado obvio.


Chazell como buen devorador de cine, lo fagocita y rumia todo, y lo devuelve en forma homenaje con su particular acento, sin otra pretensión que hacernos disfrutar como él lo hace rodando. "La La Land" es así su particular carta de amor a un género, que acaba no siendo tan personal, a juzgar por el entusiasmo que causa la cinta.


Pero el acercamiento al musical es desde la ausencia de presuntuosidad. Con ánimo lúdico, desencorsetado, simple que no sencillo. Y con clara influencia indie. Nadie ha querido hacer un nuevo "Cantando bajo la lluvia" amigos. Seamos serios y menos integristas.


Esto no es un "Chicago", ni un "Molin Rouge", es más bien un "Todos dicen I Love You", un filme crisol del género canoro y bailongo como lo "Drácula" de Coppola lo fue del terror. Una cinta para haberla visto de improviso. Sin hype. Sin todo ese ruido de marketing que hoy indefectiblemente nos contamina con anticipación. Un filme para ver virgen y asombrarse de la joya tan deliciosa que es. 

Y no porque esté fantásticamente cantada, bailada y coreografiada (que solo lo está muy correctamente). Tampoco porque nos cuente la historia insólita y más original. Sino porque mueve los hilos, o mejor dicho, la cámara un tipo que lo hace con una agilidad, limpieza, ritmo y sentido narrativo espectacular.


El título de la cinta "La, La, Land" hace referencia a estar en las nubes y eso es precisamente lo que consigue con una maestría insolente e inhabitual a su edad, el autor de esta película. Eso es lo que nos hace salir de la sala bailando. Lo que nos hace escuchar su soundtrack en Spotify compulsivamente. Y lo que nos hará sonreír cuando arrase en los próximos Oscar. 

Y, además, la película es cine dentro del cine, y una amarga reflexión (de nuevo) sobre el precio de los sueños, sobre el arte y el sufrimiento, y un desafío descarado a sí el musical, el jazz y el Los Ángeles más mítico están demodé, es cosa de horteras y abuelos añorantes de un pasado glamuroso presuntamente muerto.


Esto y no otra cosa es "La, la, Land". Si lo sabes ver y disfrutar, bien por ti. Si no, estás en la inopia del título. Qué lo sepas.


NOTA: 9/10

TÍTULO ORIGINAL: "La, La, Land"


domingo, 8 de enero de 2017

"COMANCHERÍA (HELL OR HIGH WATWER)": LADRONES DE TIERRAS

El último movimiento de cámara de “Comanchería” deja muy claro que lo importante es la tierra. Lo decían en “Lo que el viento se llevó”: “Por la tierra trabajamos, luchamos y morimos”. Y la tierra se roba, añade ahora David MacKenzie. La robó el hombre blanco a los indios. Y, en nuestros días, los bancos se la roban a aquellos, con su depredación hipotecaria. De ahí que se juzgue “necesario” robar a su vez a estos, no ya para ganar los cien años de perdón del refrán, sino para conservar el terruño, lo verdaderamente único y atávicamente esencial. Aquello por lo que te haces respetar. Lo que de ti queda como legado.

De eso va “Hell or high water”, título original de este film. “Sea como sea” que podríamos haber titulado aquí. Lo que incluye hacerlo por las malas, a tiro limpio. Interesante es también ver como nada ha cambiado en un país de gatillo fácil, construido a mano armada. En donde a los rateros aún les persigue una patrulla espontánea de la gente del pueblo, ya no a caballo, sino en potentes 4x4, pero si que a balazo vivo.

Porque, en mucho, el far west sigue siéndolo. De su poética también habla, crepuscularmente, esta película de shérifs que son rangers, salones y cruces de caminos que son casinos, forajidos que son comanches y comancheros, y cielos rasos y praderas sin fin que aún seguirán siéndolo, aunque se quemen o las hagan arder.

MacKenzie dirige a Pine

Y hay metáfora social. Y cine negro, con últimos golpes, polis a punto de jubilarse y una voz en off que habla en las letras de una selección de canciones descriptivas de personajes, acciones y sus consecuencias. Y buddie movie, con dos parejas de ratones y gatos. Y excelentes actores, con frases y diálogos maravillosos. Inmenso Jeff Bridges, más Clint Eastwood que nunca. Sabe este filme mucho a “Un mundo perfecto”, aunque por otro lado, joder, ¡también a “Thelma y Louise” y su antecedente “Dos hombres y un destino”! Y un guaperas llamado Chris Pine que jamás volverá a estar tan bien, emparejado con esa encarnación del caos que siempre sirve imprevisible Ben Foster, ajado aquí sorpresiva y visiblemente por la edad.

Y para colmo, la cinta está musicada por Nick Cave y Warren Ellis, con el mismo acierto que otros soundtracks suyos, como el compuesto para la no menos crepuscular, poética y de forajidos del oeste, “El asesinado de Jesse James por el cobarde Robert Ford”. 

Y es que esta “Comanchería”, que, nota para curiosos (y para los que odian su título), conserva en nuestro país precisamente el título de trabajo que se le dio mientras se rodaba, es, en suma y por dejar de marear el asunto, una puñetera joyaza.


NOTA: 9/10

TÍTULO ORIGINAL: Hell or High Water