lunes, 31 de agosto de 2009

NOSOLOCINE (VIAJES): "Escocia, Edimburgo y... Harry Potter"

Jamás pensé, cuando planeaba las vacaciones a Escocia de las que acabo de regresar, que en ellas Harry Potter ocuparía un lugar tan inopinadamente protagonista. Confieso que, a causa de mi obvia filia cinéfila, tenía previsto, de camino a las Highlands, pasar por Glenfinnan y echar un vistazo al estupendo acueducto (vid. foto) de aparecía en la primera entrega de las aventuras del aprendiz de mago, e incluso viajar en el "Jacobite", un fenomenal tren de vapor que lo recorre en su trayecto Fort William – Mallaig y que no es otro que el que se cedió e hizo las veces del celebérrimo expreso de Hogwarts. Decían además que es uno de los trayectos en ferrocarril más hermosos del mundo…
Lo primero, fue sencillo; lo segundo, imposible por obra y gracia de las hordas de turistas que toman en agosto cada rincón de este jodido planeta. Estaba todo reservado, parafraseando a un antiguo maestro, hasta el día del juicio final a las siete y media de la tarde… Ahí pues quedó el asunto, anotado como pendiente para una casi segura vuelta a la patria del no menos cinematográfico William Wallace.
Y digo quedó ahí hasta que el epílogo de mi viaje me llevó a Edimburgo, en la que resulta que J.K. Rowling parió literariamente a Harry, Dumbeldore y demás fauna mágica.
El azar y un peculiar tour gratuito en español, comandado por un tipo harto curioso que se nos presentó como Pedro “El Grande”, me llevó a la “Elephan House”, una cafetería en la que Rowling se refugiaba del muy crudo invierno de la capital de Escocia (sin calefacción, recién divorciada, vivía entonces casi de la beneficencia) y se sobreponía de una honda depresión a resultas de todo lo que estaba viviendo y del fallecimiento de su madre. En una pequeña mesa situada más o menos en el centro del local (vid foto), junto a su hija, escribió “H. P. y La piedra filosofal” y casi medio “H.P. y la cámara secreta”.
Degustando un pecaminoso pastel de yogurt y un no menos inspirado smoothy de frutas, corroboré como desde ahí y gracias a sus amplios ventanales, puede verse el muy inquietante cementerio de Greyfriars (de pasado sangriento y fuente de ordinarios fenómenos sobrenaturales). Si uno pasea por entre sus lápidas, puede descubrir con obvia sorpresa que los nombres de algunos de los que allí disfrutan de la paz eterna coinciden con nombres de los personajes de la saga (en la foto, la de un tal... Thomas Riddell).
A un tiro de piedra del local también se levanta el George Heriot´s School, una histórica institución benéfica fundada hace más de cuatro siglos para dar cobijo y educación a huérfanos. Hoy es, como decirlo, algo distinta y la matricula para un curso escolar roza los 6000 euros. No obstante, y en lo que nos interesa, el George Heriot´s es Hogwarts. No el cinematográfico, ese es un castillo en ruinas del norte de Escocia reconstruido por ordenador, sino el del imaginario de la escritora.
La visita al interior de sus muros no decepciona, la guía un alumno que explica multitud de curiosidades, entre ellas, como allí también los estudiantes se dividen en cuatro casas, a modo de las de Slytherin, Hufflepuff, Gryffindor y Ravenclaw. La vista desde los patios del colegio hacía el castillo de Edimburgo es tan inspiradora como en la foto se sugiere. Y es que el propio castillo podría también ser Hogwarts y a su lado ¡el estadio de Quidditch!, que no es otra cosa que la pantagruélica estructura que se monta para el no menos aspaventoso “Military Tattoo”, un show de bandas de gaitas y marchas marciales que cada agosto hace las delicias de los jubilados de todo el Reino Unido. Todo ello y pasear por el propio Edimburgo, oir sus historias de brujas y fantasmas, experimentar su clima, su olor e incluso sus dulces, como el delicioso Fudge (Cornelius Fudge, ministro de magia…) hacen llegar a la conclusión de que todo ello claramente hizo Harry Potter. De hecho, pese a ya no vivir de la beneficencia y tener dinero para calentarse a base de quemar billetes, la propia J.K. Rowling necesitó regresar a Edimburgo para escribir el final de “H.P. y las reliquias de la muerte”, eso sí en una habitación (la nº 652) del suntuoso hotel Balmoral (el edificio de la foto).
No lo sabía, pero para terminar me faltaba la guinda potteriana. Ésta la puso el Festival de Edimburgo que en agosto también toma la ciudad, o más concretamente, el Fringe, una especie de festival paralelo al propio festival, dentro del que estaba programada la actuación de una inclasificable cantante irlandesa que desde entonces forma parte ya del olimpo de mis diosas musicales. Su espectáculo irreverente, sensual, provocador y fantástico al mismo tiempo, me conmocionó, pero de eso ya hablaremos otro día. Lo curioso del caso es que sentado a mi lado estaba el mismísimo Severus Snape, conocido entre los muggles como Alan Rickman, con el que tuve ocasión de comentar acerca de la portentosa voz de Camille O´Sullivan, no sin antes disculparme por mi modesto inglés, a lo que el que da vida al que es sin dudas el personaje más interesante de la saga de Potter me respondió: Oh, no, your english is very good... Thanks a lot, Mr. Rickman.